11.11.04
Huerto de invierno
El huerto de invierno es generoso y húmedo. El mío se orienta a poniente este año. Si ha llovido y abre el día para despedirse, en las hojas de las acelgas, la lechugas y las espinacas tiemblan perlas de agua que disparan cientos de arco iris a última hora del día.
Las filas de hortalizas, rectas, bien arada la tierra a su alrededor, mezclan los tres matices de verde y tamaños de hoja.
Las lechugas, atadas ya, parecen torturadas por la cuerda que las hace permanecer erguidas y dispuestas al sacrificio de mi navaja y la ensalada. Verde claro por fuera, guarda hojas blancas en su interior, protegidas del sol y sin clorofila.
Las espinacas, verde oscuro y hoja flácida, chorro de un geiser que no puede evitar la ley de la gravedad, forman un tapiz denso y húmedo del que hay que ir seleccionando los hilos más gruesos para la cocina: Escoges el ramillete, tiras hacia arriba y, al salir, arrastra un puñado de tierra, untuosa, como arcilla, pegada a su raiz, rosa y blanca. La sacudes un pizco nada más sobre el mandil y, en tu mano izquierda, se va formando el racimo que te moja la manga. Lo de la cena ya está. Un poco de agua y la tierra vuelve a su lugar. Fuera botas, estiro el bajo del pantalón y cric, cric, cric, los tallos de la espinaca se quejan al partirse dentro de la fregadera.
Al vapor, regadas con aceite de oliva y una pizca de sal gruesa, presumo de cena en una fuente blanca. En el centro de la cocina, la mesa está servida...
El Pepe Roldán volvió a mentir sobre las 5:26 a. m.