17.1.05
      
    Me obsesiona desde siempre el morirme. Pero no así, a secas. Morirme en el mismo sitio en que me parió mi perra madre. Así que, primero, corrí todo lo que pude y llegué como a 160 kms. de la cesta de mimbre donde me echaron al mundo. Luego, seguí corriendo un poco más y los 160 se hicieron como 1.600, que me duraron un año y en el que aprendí a ladrar en otro idioma. De vuelta al origen, seguí con la obsesión de no dejarme coger vivo en el mismo sitio que nací, por lo que arañé el cristal, arranqué la estaca y corrí de nuevo con el collar al cuello todo lo que pude. Esta vez fueron 900 kilómetros y para un par de años. Con el collar marcado aún, descendí a la mitad de la distancia y aguanté otro tiempo. 40 kms. no son tantos, pero son los que ahora tengo hasta la cesta de mimbre. La obsesión continua y me conformo con queteniendo 40 de por medio, ya no muero en el mismo sitio. También se me ocurre que quizás nunca arranqué la estaca de verdad, sino que la correa no era cuero sino goma y llegué siempre tan lejos como ella me dejó. 
El Pepe Roldán volvió a mentir sobre las 7:40 a. m.
	
		
	
	
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No sólo de sus huesos vive el perro...
  
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